Autor: Fernando Venzano |Fuente: Unsplash.com
Con la publicación del CTE se puso encima de la mesa la calidad del aire en el interior de los edificios como una de los principales indicadores de la salubridad del edificio.
Sin embargo, esta cuestión se relacionaba, principalmente, con una medida para eliminar las dichosas “humedades” que tantas reclamaciones producían a las aseguradoras. La inminente publicación de la norma que limitará la exposición al gas radón en el interior de los edificios ha llamado la atención sobre la existencia de otros contaminantes, más peligrosos para la salud que las condensaciones. Pero, ¿sabemos a qué nos enfrentamos? ¿Sabemos lo que respiramos?
Con la entrada en vigor del Código Técnico de la Edificación, se cuantificó por primera vez el caudal mínimo de ventilación que los edificios debían garantizar a través de sus instalaciones.
Esta cuestión se relacionaba, inicialmente, con la eliminación de las condensaciones que se producían en el interior de los edificios, principalmente en las zonas conocidas como “puentes térmicos” como en las fachadas, alrededor de las ventanas.
La mayoría de las reclamaciones de los usuarios estaban relacionadas con el deterioro de los materiales producido por la existencia de humedades de condensación. Así, uno de los principales objetivos de la sección de Calidad del Aire Interior del CTE, era la reducción de estas patologías.
Si se eliminaba el exceso de humedad que se producía en el interior del edificio como consecuencia de su uso, se reducía el riesgo de que aparecieran las humedades que provocaban el deterioro de los materiales. Eliminando la variable de un uso indebido, el edificio debía ventilarse correctamente de forma autónoma.
Sin embargo, el objetivo de la Exigencia Básica de Salubridad que deben cumplir los edificios, además de evitar que se deterioren sus materiales, es evitar que los usuarios padezcan molestias o enfermedades provocadas por el uso habitual del edificio.
Así, a través de una ventilación mínima obligatoria, deben eliminarse los contaminantes que se produzcan durante el uso normal de los edificios, de forma que se aporte un caudal suficiente de aire exterior y se garantice la expulsión del aire viciado.
Pero, ¿cuáles son los contaminantes que podemos encontrar en el aire que respiramos en el interior de los edificios?
En primer lugar, los provocados por la humedad interior. Además de deteriorar los materiales constructivos, las condensaciones son la causa de la formación de hongos y bacterias que provocan enfermedades.
Están los producidos por el uso del edificio por las personas como el exceso de CO2, los productos de combustión de instalaciones térmicas o los vapores de cocción; pero existen otros contaminantes presentes en los edificios a los que debemos prestar atención.
Además de los contaminantes químicos y biológicos que se generan en el aire interior debido al uso del edificio, hay que tener cuidado también con los que introduce el aire exterior en el edificio: SO2, NO2, PM, O3, metales, polen, microbios…
También los materiales constructivos, especialmente los de algunos acabados decorativos, reaccionan con los gases del ambiente produciendo la emisión de contaminantes al aire.
Y no olvidemos el gas radón que emana el suelo penetrando en el interior de los edificios a través de las más mínimas fisuras y su relación con la aparición de graves enfermedades en las personas.
Muchas son las causas de la existencia de contaminantes en el aire y muy variadas las consecuencias de cada uno de ellos; por ello, es de vital importancia que los técnicos que diseñamos los edificios le prestemos la debida atención a este aspecto.
La buena noticia es que la tecnología existente para medir la calidad del aire está mucho más avanzada, como de costumbre, que la normativa de aplicación a los edificios.
Existen sistemas de control de contaminantes en el aire, tanto para detectar partículas como gases, que nos informan de si la concentración se encuentra en un nivel admisible o peligroso; instándonos, en este caso, a tomar las medidas necesarias para reducir el riesgo.
Si en el diseño de nuevos edificios debe integrarse esta cuestión desde el principio, en la rehabilitación de edificios existentes también es vital contemplarla: dependiendo de las necesidades del usuario final; teniendo en cuenta su grado de satisfacción y de percepción subjetiva y las necesidades específicas según el tipo de uso.
Es nuestro deber conocer todos los riesgos implícitos en una edificación e informar a los propietarios de las medidas que se pueden tomar para reducirlos. Es vital conocer la calidad del aire que respiramos.