Sobre críticos, comisarios y decanos…
Reyner Banham y Fausto Coppi. Fotomontaje.
El paso de los años nos ha permitido ver enterrar a los viejos críticos. Y con ellos a la crítica de arquitectura.
Sin relevo ni sucesores, el hueco dejado por aquellos barbudos de los años setenta dedicados a teorizar sobre el presente a la vez que ponían sus ojos en el futuro, ha quedado en manos de nadie. Mientras la arquitectura ha atravesado páramos yermos y llanuras, picos y valles, como si nadie vigilase su corriente ni explicase el motivo de sus desbordamientos y sus sequías.
La antigua crítica de arquitectura cuya profunda razón de ser estaba centrada en la propia disciplina y que hallaba en las pocas pero influyentes publicaciones desde el primer tercio del siglo XX su tribuna, se ha silenciado hasta desaparecer. El oficio de “crítico”, trabajo misterioso y construido a pulso a lo largo de los años por medio de un “criterio” prestigiado gracias, sobre todo, a acertar, ha sido progresivamente desplazado por el vocinglero sistema impuesto por internet.
Hoy, en la maraña desjerarquizada de la red, cualquiera puede elevar la voz sobre cualquier cosa, aunque no resulta tan sencillo verificar si el “criterio” empleado por la variopinta muchedumbre resulta eficaz o si, al menos, existe “criterio” alguno. Tal vez por eso el crítico ha sido abandonado en favor del “comisario”.
El crítico centraba el debate, detectaba y subrayaba las líneas de desarrollo de una época, e incluso ponía en valor determinadas obras por adecuarse a esas corrientes invisibles gracias al apoyo en la teoría de la arquitectura.
Tafuri llegó a decir que ni siquiera existía la crítica, sino sólo la historia. Sin embargo, el “comisario” actual no se ocupa de semejantes nimiedades. Inmerso en el mundo de la actualidad autogenerada, esta figura disfruta con el marketing cultural y basa su éxito en el descubrimiento de novedades. Busca líneas argumentales que interesen al público y se preocupa de la fabricación de una narrativa antes que la de un corpus teórico mantenido a lo largo del tiempo.
Ni siquiera el comisario a la vieja usanza coincide con esta “recién” nacida figura del “curador” de arquitectura contemporáneo. El “curador” es hoy el nuevo creador de tendencias antes que el lector de las direcciones en que circula el presente de la arquitectura. Y ya ni siquiera se le reclama que sea un especialista en la materia expuesta sino que es, antes que nada, un activador cultural.
Por este motivo, porque el comisario de arquitectura tiene hoy como máxima especialidad la difícil tarea de atraer público gracias a la construcción de un relato y a aglutinar contenidos heterogéneos, su figura resulta últimamente tan atractiva para el mercado académico anglosajón. Su material de trabajo, que en absoluto está obligado a resultar trascendente, sí debe ser forzosamente seductor. Puede que, por ello, sea la figura más adecuada para liderar las escuelas de arquitectura cuyo producto es indefinido o falto de atractivo para el complejo mercado de los futuros estudiantes.
El caso es que cuando este salto se produce en la academia, cuando vemos que los curadores empiezan a ser convocados como decanos de facultades de arquitectura de medio mundo, es posible ver una nueva vuelta de tuerca a lo que cabe esperar de la arquitectura y los roles de esta profesión en el futuro.
¿Quién se ocupará de la arquitectura cuando todo el mundo esté centrado en su periferia? Tampoco yo me quito de la cabeza esta pregunta.