Para conmemorar su centenario, el AFI (American Film Institute) elaboró en 2003 varios listados enumerando las 100 mejores películas y escenas de ese primer siglo de vida. También eligió a los más destacados héroes y villanos y, si nos fijamos en el puesto 49, encontramos a Auric Goldfinger, el mítico malo malísimo de la tercera película protagonizada por James Bond y basada en la séptima novela que el creador del famoso agente 007, Ian Fleming, publicó en 1959.
Estrenada en 1964, Goldfinger es para los fans de la serie una cinta de culto: desde la impactante escena previa a los títulos de crédito iniciales en la que Bond se gira y dispara, tiñendo de rojo la pantalla mientras escuchamos a Shirley Bassey cantar el tema homónimo, hasta las finales en el interior de Fort Knox, la Reserva Federal de Oro de Estados Unidos, que tan magistral y sugerentemente recreó Sir Ken Adam, responsable de la mítica estética de las películas del agente del MI6 en los años 50 y 60.
fotograma de Goldfinger (Guy Hamilton, 1964)
Lo que quizás muchos de esos fans no saben es que Fleming bautizó al celebérrimo enemigo de Bond en venganza a un arquitecto, Erno Goldfinger, y no precisamente por su catadura moral, sino por haber diseñado dos décadas antes una vivienda para su familia en el barrio londinense de Hampstead, en el número 2 de Willow Road, y cerca de la residencia del escritor. El lenguaje moderno del proyecto, cuya construcción obligó además a demoler un par de cottages victorianos, generó una violenta protesta vecinal apoyada por Fleming, que no consiguió, sin embargo, su propósito de paralizar las obras.
Erno Goldfinger (1902-1987), el arquitecto y diseñador de mobiliario de origen húngaro afincado desde principios de los años 30 en Londres, fue junto con Alison y Peter Smithson uno de los mayores defensores de la edificación residencial en altura con una estética brutalista. En 1965, un año después del estreno de la mencionada película del agente 007, inició la construcción de la torre Balfron, y poco más tarde repetiría la tipología aumentando el número de plantas hasta alcanzar las 31 en la torre Trellick. Tanto confiaba su diseñador en el poder de la arquitectura para mejorar la calidad de vida de sus moradores, que llegó a mudarse en 1968 junto a su esposa un par de meses a uno de los apartamentos de la Balfron, en un intento de poner a prueba el edificio.
Balfron Tower (Erno Goldfinger, 1965), © Ester Roldán, diciembre de 2017
En vida, Erno Goldfinger no obtuvo demasiado reconocimiento, y cuando en 2003, el mismo año en el que el AFI elaboró sus listados, apareció la primera monografía dedicada a su obra, el autor tituló la introducción “The real Goldfinger”, en clara alusión a la mayor popularidad de la que gozaba en aquel momento el maléfico personaje de ficción creado por Ian Fleming frente a la del utópico arquitecto comunista. La figura de Erno Goldfinger había empezado a experimentar ya un cierto revival pasada apenas una década de su muerte: en 1996 la administración pública adquirió su vivienda personal en Willow Road para instalar en ella un museo dedicado a su legado, y tanto la Trellick como la Balfron Tower fueron declaradas monumentos clasificados de grado II en 1998, lo que motivó un incremento paulatino del precio de sus apartamentos hasta alcanzar recientemente cifras impensables unos años antes dada su tipología de vivienda social.
Actualmente, la tienda del recién inaugurado Design Museum de Londres vende cojines y camisetas con la imagen impresa de ambos edificios.
La venganza, como el Dom Pérignon del 53, se sirve fría.