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Arquitectos y niños pueden construir una ciudad amable. Los procesos de participación infantil fomentan el derecho a expresarse y la arquitectura en los programas formativos conecta a los niños con lo urbano.
La ciudad es un compuesto de elementos físicos y abstractos, una realidad compleja que intentamos definir a través de sus dimensiones y estructuras. Pero, si preguntamos a un grupo de niños ¿qué es la ciudad? sus respuestas colocan la complejidad urbana en el punto justo de lo que es el espacio en el que se mueven cada día: el hogar, la escuela, la casa de los abuelos, la tienda de golosinas, la plaza donde se puede patinar, la ruta del autobús, la calle que no pueden cruzar solos, el parque más divertido… La ciudad en el imaginario infantil arroja tantas pistas sobre condición, valores, ideales y cualidades que se podría elaborar un manual de cómo hacer ciudades a escala humana.
En los últimos años y debido en parte a las crisis, el arquitecto ha desarrollado su faceta de servicio a la comunidad; el arquitecto tiene un papel social que es complementario a la planificación y proyección. Los procesos participativos, la creación de espacios para el intercambio, la innovación y el aprendizaje colectivo toman protagonismo en el desempeño de la profesión; el arquitecto está cada vez más presente en grupos de trabajo social, cultural y de mediación.
Por otro lado, el progreso en materia de derechos y la implicación de una ciudadanía cada vez más consciente de estos, son algunos elementos que determinan nuevas formas de planificar y gestionar las ciudades. Esto ha supuesto un nicho profesional para el arquitecto y desde la perspectiva de los derechos de los niños una oportunidad para que ellos tomen parte en la construcción de un nuevo modelo de ciudad; tal y como se estipula en la Convención sobre los Derechos del Niño.
Iniciativas didácticas, talleres y procesos participativos desarrollados por arquitectos que incluyen a los niños promueven la inteligencia colectiva, el empoderamiento y la creatividad para orientar la mejora de una comunidad. La seguridad, la calidad del espacio público, la movilidad, la integración social y la regeneración urbana son algunos aspectos tratados por colectivos de arquitectos que buscan replantear lo urbano a través de las necesidades y aspiraciones de los niños. Incluso en las aulas escolares el arquitecto cumple un papel social; enseñar la arquitectura para reflexionar sobre el complejo urbano, sobre los espacios habitados y las relaciones con lo social y con el medio ambiente.
La propuesta de la arquitectura en la escuela, como una cátedra más dentro del programa educativo, es una apuesta para fomentar en los niños una visión crítica y reflexiva sobre los problemas urbanos, al tiempo que se crea la oportunidad para que ellos puedan expresar opiniones y necesidades sobre un entorno que también les afecta. Según la arquitecta Dolores Victoria Ruiz, directora del programa educativo «Little Architect» y también corresponsal de este mismo blog, es necesario tomar parte en las escuelas «con la intención de romper los límites tradicionales de la enseñanza de la arquitectura, aprovechando que se puede establecer un contacto directo con la sociedad desde temprana edad.»1
Estos procesos suponen un reto: la participación y la inteligencia colectiva se basan en la capacidad de aportación ciudadana, pero al mismo tiempo implica un aprendizaje conjunto. Si bien el espacio de los derechos permite desarrollar estas capacidades, se requiere también de un espacio formativo que estimule desde temprana edad la visión crítica y que promueva la conexión con la comunidad. El arquitecto es un mediador de lo urbano y las respuestas surgen desde el trabajo conjunto con la comunidad.
