La firma

El escritor francés Claude Simon, uno de los padres del nouveau roman, recibió el premio Nobel de Literatura en 1985 por sus novelas “que combinan la creatividad del poeta y la del pintor al dar profundo testimonio de la complejidad de la condición humana”. Un gran admirador suyo, Serge Volle, por una apuesta ha enviado cincuenta páginas de la novela de Simon Le Palace (1962) a veinte editoriales sin decirles que el texto era del Nobel. Las han rechazado las veinte. Algunas, como suele ocurrir, sin decir ni mu, pero otras han dicho que las frases no tienen final y se pierde el hilo o que los personajes no están bien diseñados.

Si Volle hubiera presentado ese mismo texto como un inédito de Simon, firmado indubitablemente por él, habría suscitado el interés de todas o de casi todas las editoriales. Habrían valorado esas frases sin final como propias de esa visión de la complejidad humana, y los personajes no les habrían parecido mal diseñados, sino laberínticos, múltiples y profundos. Pero así, anónimo, desnudo, sin firma, sin historial y sin prestigio, les pareció muy malo.

Eso pasa con todo. También con la arquitectura.

Le Corbusier. Cabannon. Cap Martin, Francia, 1951-52.

¿Merecería el Cabannon una mirada distraída de más de treinta segundos si no supiéramos que es de Le Corbusier?

¿Suscitarían nuestro interés –más allá de algún comentario divertido e incluso burlesco- las palanganas de la última época de Frank Lloyd Wright si no fueran de Frank Lloyd Wright? ¿Se habría atrevido alguien a publicarlas?

A menudo nuestra inopia crítica es tal que al ver un edificio no sabemos qué decir de él hasta que no nos enteramos de quién es su autor, y entonces la biografía y los antecedentes de este nos dan una base y suplen las supuestas cualidades de la obra en cuestión.

Es decir, vamos sobre seguro. Nos apoyamos en el historial de los autores como si fueran muletas para poder acceder a sus obras. Muchas veces si no fuera por eso a muchas de ellas no les prestaríamos la más mínima atención.

Lo que importa es la firma. La firma. ¿Esta obra es de Aalto, de Borges, de Joyce, de Picasso? Entonces es buena. Tiene que serlo porque estos autores ya han hecho obras muy buenas (eso he leído y escuchado siempre) que les han ascendido al cielo y les han hecho sublimes en todo. A ver quién se atreve entonces a decir no.

Todos, hasta los más grandes, pueden tener un mal momento (“una mala tarde la tiene cualquiera”), o hacer una obra menor o intrascendente. Pero, al parecer, si tienes una buena firma estás a salvo de todo y sólo puedes hacer cosas sublimes.

Frank Lloyd Wright. Iglesia ortodoxa de La Anunciación. Milwaukee, Wisconsin, EE.UU., 1956.

 

Por:
Soy arquitecto desde 1985, y desde entonces vengo ejerciendo la profesión liberal. Arquitecto “con los pies en el suelo” y con mucha obra “normal” y “sensata” a sus espaldas. Además de la arquitectura me entusiasma la literatura. Acabo de publicar un libro, Necrotectónicas, que consta de veintitrés relatos sobre las muertes de veintitrés arquitectos ilustres.

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