AR(qui)TE(ctura)
Muchas veces nos preguntamos, o somos preguntados, si la Arquitectura debería considerarse un Arte. Durante el Renacimiento, la figura del ‘artista’ se ve puesta en valor, y fruto de ello surgieron las denominadas Artes mayores y Bellas Artes. Posteriormente, esto dio lugar a una numeración de las seis artes compartida también por la cultura china (Arquitectura, Pintura, Música, Escultura, Danza y Literatura). A éstas se unió a principios del siglo XX el Cine –conocido por ello como Séptimo Arte-. En el Renacimiento y también tiempo después, nadie cuestionaba la adecuación de incluir o no la Arquitectura en esta lista de Artes. No obstante, las arquitecturas de catálogo con escasa o nula reflexión creativa y dudoso resultado estético –en ocasiones tampoco funcional- que han cotizado al alza en las últimas décadas han supuesto un duro revés no sólo para la Arquitectura, sino también para la profesión del Arquitecto. Pues bien:
La más categórica muestra de que la Arquitectura es un Arte la encontramos en el hecho de que en sí misma se engloban varias otras: el arte de la pintura -cuando proyectas dibujando un boceto en acuarela, por ejemplo-, el arte de la escultura -cuando realizas una maqueta de proyecto- o incluso el arte de la música -que te obliga a marcar un ritmo de composición, constante o variable en función de lo que quieres transmitir en cada compás; en cada espacio arquitectónico-.
Cierto es que la Arquitectura debe en cierto modo someterse también a la economía y a una serie de leyes de utilidad (y también de la ‘Firmitas’ de Vitrubio) tan restrictivas en ocasiones que pueden llevarnos a pensar que tiene poco de artística. Louis Kahn lo expresaba a la perfección a través de un artículo publicado en 1960 en The Voice of America, donde afirmaba: “Un pintor puede pintar las ruedas de un cañón cuadradas para expresar la inutilidad de la guerra. Un escultor también puede esculpirlas cuadradas. Pero un arquitecto debe usar ruedas circulares. Aunque la pintura y la escultura jueguen un papel espléndido en el campo de la arquitectura, no obedecen a la misma disciplina”.
La entelequia de la filosofía aristotélica, tomada por Kahn para referirse a la obra de arte, implica un fin esencial: la idea de una finalidad que paradójicamente carece de fin. Viene a decirnos que cada obra de arte ES. En sí misma. No se justifica por medio de ninguna otra.
Viendo la arquitectura con ojo crítico, puede afirmarse que la obra arquitectónica dejó tiempo atrás de ser un fin en sí misma. Sus fines suelen ser otros. Fines que pueden guarecerse bajo diferentes nombres: utilidad, economía, historicidad o en ocasiones incluso simple espectáculo…
No obstante, la Arquitectura ha sido retrospectivamente acto de sentido, entendido éste como manifestación de una cultura y de un lugar. La Arquitectura es Arte. La Arquitectura es cultura. Comúnmente se ha derivado la Arquitectura a la idea del útil.
Kant definió la belleza como el concepto “sin objeto”. Utilidad y belleza difieren en los fines. Lo útil, es útil como medio para algo. Lo bello, es bello como fin. Sin más…
El fin de la Arquitectura es -debe ser- trascender con la belleza la simple utilidad. Un fin ético y estético simultáneos. La edificación que no es creada con este fin queda en eso, mera edificación. Aséptica y carente de sentimientos. Fría e incapaz de transmitir emociones. Arte y Arquitectura son -deben serlo- una misma cosa.
Parafraseando nuevamente a Kahn, de la totalidad de la edificación “la Arquitectura es solo aquello que se ofrece al Santuario del Arte”. En nuestras manos, en las de cada uno, está hacer de nuestra profesión -y nuestra vocación- un Arte o, por el contrario, un medio para generar simple edificación…