Los días estivales son propicios para descansar y desconectar (aunque resulta complicado en algunos casos) pero sobre todo para escuchar tu entorno y reflexionar. Es un periodo en que normalmente la población de arquitectos que a uno le rodean desciende alarmantemente; menos mal que en la red siempre hay alguien de guardia que te mantiene conectado.
Es uno de los puntos más positivos1 que le veo a la red, pero sobre todo porque que puedes conocer y entablar amistad con profesionales o instituciones fuera de tu círculo más próximo. Esta nueva forma de relación o conexión virtual me ha permitido colaborar en proyectos de diferente índole pero siempre con un nexo común, la arquitectura.
Esta forma de desarrollar el trabajo hace que interactúes de forma intensa en los proyectos pese a ser de corta duración, pero gracias a la experiencia y la solvencia de los profesionales con los que trabajas suelen arrojar resultados muy positivos. Esta transmisión de conocimiento es fundamental; se establece un diálogo propositivo que no sólo revierte sobre el proyecto en desarrollo si no en cada uno de los componentes del equipo… una palabra escasamente utilizada en nuestro campo, a pesar de tratarse de una profesión que implica a números agentes. Algo que parece elemental pero que se obvia con demasiada facilidad, quizás por la soberbia y el ego mal entendido de la profesión.
Con el paso del tiempo, uno se para a reflexionar sobre este deambular, que bien se podría describir como un recorrido pero realizado en la mejor compañía de maestros cercanos. Y digo maestros, porque cada uno de ellos me ha enseñado y mostrado aspectos que desconocía o de los cuales directamente no tenía ni remota idea.
Este anhelo de proximidad, esta deriva, me hace recordar, y compartir las palabras que escritas en el inicio de un texto de José Manuel López-Peláez2. Aquí os lo dejo con el fin de que él os transmita mejor este devenir.
“Hace ya algunos años, en uno de los viajes a la India, estuve viviendo durante cierto tiempo en el Ashram3 de un maestro. […] Aquellos días viviendo en el Ashram también supusieron una lección en este sentido, porque se llega a entender que la proximidad literal a quien ha alcanzado un alto nivel de sabiduría alienta el aprendizaje, y observé cómo la fuerza que fluye de esa presencia es perceptible en el ánimo de quien trabaja, hasta tal punto que, cuando la cercanía física ya no es posible, esta energía continúa reflejándose de forma sutil”.
¿Dónde están los Ashram y los maestros actuales? ¿Están tan lejos como puede aparentar o quizás estén más próximos de lo que pensamos? En un mundo tan sobrecargado de hiperinformación el camino a discurrir será más arduo y farragoso que antaño, pero a la vez tendrá más opciones y oportunidades para esa búsqueda personal.
Quizás estas líneas inconexas sólo sean fruto de una crisis postvacional, y lo que necesitamos son genios4 que nos iluminen y tracen el camino a seguir …
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