Pabellón de Chile de la 14º Bienal de Arquitectura de Venecia. Autor: Nico Saieh
La cultura de mostrar1, compartir y exponer, auto-exhibirse también, es hoy la cultura dominante, amplificada y promovida por los nuevos medios y redes sociales. Todos los proyectos se exhiben continuamente de diferentes maneras y los tenemos presentes a golpe de twitter. También las retrospectivas y los ‘rescates’ históricos de proyectos más o menos significativos, bonitos u olvidados están al orden del día. Iniciativas como #eljuevesdearquitectura, las publicaciones del @coacarxiu o de diferentes blogs dan cuenta de ello.
No nos falta información sobre proyectos y sin embargo una exposición de arquitectura es siempre un reto, en parte porque, a diferencia de otras artes, raras veces muestra la obra completa. Nunca se trata de una presentación sino de representación donde influyen el punto de vista, la percepción y comprensión propios del autor –de la muestra-, sus intenciones y pretensiones a la hora de explicar, que condicionan la apreciación del espectador. Exponer una obra arquitectónica significa mostrar planos – material abstracto – el punto final de un proceso proyectual a veces largo y complejo. Este material a veces engaña y esconde detalles y otras se presenta transparente revelando el objeto hasta el mínimo detalle. A veces las transparencias visuales se vuelven opacas para el significado.
Hay muestras que incluyen materiales y objetos, reconstrucciones parciales que, fuera del propio contexto, intentan explicar una historia mucho más amplia. O exponen maquetas: algunas son joyas y otras sacos de boxeo, maquetas de trabajo que cuentan la lucha entre el arquitecto y el objeto –la búsqueda por la solución idónea. Si puedo escoger, prefiero estas segundas aunque no siempre sean la imagen perfecta del edificio terminado. Lo mismo que los esbozos revelan capas de información que a veces el proyecto final tiende a aplanar.
También se muestran fotografías: perfectas, poco saturadas, con personas difusas y niños en acción. Fotos desde ángulos acertados, muy estudiados, a veces muy abiertos, que aumentan ópticamente el espacio físico. Son imágenes que cierran el expediente de obra y abren el de uso – que ya no pertenece al arquitecto-, imágenes que comprensiblemente, buscan el retrato ideal.
Las exposiciones generalmente tienen cuatro dimensiones: la simbólica, la comercial, la documental y la estética. La selección de las obras, la narrativa y el recorrido de la exposición tienden a entrelazarlas, creando un discurso unitario y coherente con las intenciones y con las expectativas. Decidir que una de las dimensiones prevalezca sobre otras significa darles un matiz propio e incluso definir la finalidad de la muestra. A diferencia de otras artes, en arquitectura esto es clave, precisamente por esa dificultad de trasladar y explicar a la perfección una obra. Así el carácter de la muestra da cuenta de lo que los autores de la exposición entienden por arquitectura: un cúmulo de datos o imágenes, un objeto precioso, un diálogo o un proceso, una experiencia, un mensaje político y, en definitiva, un símbolo de su tiempo.