¿Ciudades Jardín del mañana?
(Imagen 1) Vista aérea de Ebbsfleet en 2014, con Swanscombe al fondo. Fotografía: Commission Air Ltd. (Imagen 2) CGI visualización de la ciudad jardín de Ebbsfleet y Parque Temático que la Paramount planea abrir en 2021. Land Securities
Aspirando a responder a la creciente demanda de viviendas, el pasado enero fueron revelados los emplazamientos de las nuevas ciudades jardín que van a ser construidas en Reino Unido. Concretamente, catorce garden villages y tres garden towns con capacidad para albergar 50.000 y 200.000 nuevas viviendas respectivamente. Ebbsfleet, en Kent, es la primera de ellas que desde hace tres años se encuentra en construcción generando las primeras dudas sobre la viabilidad de este modelo de ciudad: las comunidades cercanas temen que estos nuevos desarrollos fagociten sus servicios y economías, ya que, como también sucede en el caso de Bicester, la vivienda se está construyendo antes que las infraestructuras. Todo esto, bajo la amenaza de la casi segura “mordida” del cinturón verde que desde hace más de sesenta años ordena el planeamiento de las ciudades inglesas.
La ciudad jardín, cuyo origen se halla en las ideas de Ebenezer Howard, consiste en un modelo concéntrico de planeamiento de baja densidad en el que, más allá de un desarrollo formal de crecimiento, su idea fundamental se basa en que los habitantes se conviertan en “accionistas” de una ciudad autosuficiente, reinvirtiendo así los beneficios en la propia comunidad y, por lo tanto, sin tener que devolverlos a un inversor anónimo. Se trataba de una respuesta inmediata a la ciudad industrial de finales del XIX cuyos índices de salubridad eran extremadamente bajos. Únicamente dos ciudades jardín serían construidas en Inglaterra, Letchworth y Welwyn (ambas en Hertfordshire), aunque este modelo se expandiría ampliamente, especialmente en Estados Unidos, dando lugar a lo que hoy conocemos como “ciudades dormitorio”, contribuyendo así a fomentar la separación entre lugar de trabajo y vivienda. Sin embargo, desde que en 2012, el que fuera Vice Primer Ministro, Nick Clegg, declarase que “hay que pensar a lo grande” y construir nuevas ciudades tomando como modelo Milton Keynes, la idea de “ciudad-jardín” resurgiría de nuevo bajo el argumento de evitar dañar el coutryside y escapar de un “crecimiento urbano desordenado”. Aún así, los partidarios de la ciudad jardín, como la TCPA (Town & Country Planning Association), advirtieron de la necesidad de un compromiso político de al menos treinta años y del peligro de adoptar este modelo únicamente en un plano formal olvidando sus principios fundamentales. Por ello, en el actual contexto de preocupación por la escasez de hogares y de viviendas sociales, en 2014, el Wolfson Prize invitó a investigar sobre este particular modelo de desarrollo, galardonando finalmente a David Rudlin, quien propuso este modelo para la expansión de cuarenta ciudades inglesas. Se popularizaba entonces la ciudad-jardín, que ahora cuenta con la aprobación de más del 70% de la población.
Sin embargo, la ciudad a la que nos enfrentamos en el siglo XXI difiere sustancialmente de la ciudad industrial del siglo XIX. Como advierte Sir Richard Rogers, muy crítico con este revival, más que la destrucción del countryside, el despoblar los centros de las ciudades conllevaría una inevitable segregación de usos que ni es sostenible ni contribuye a su desarrollo social y económico. En este sentido, el premio Pritzker aboga por regenerar aquellos lugares, dentro de la propia ciudad, en los que todavía se puede intervenir (brownfield lands) y repensar, de una manera más imaginativa (esta es la auténtica labor del arquitecto, como Rogers subraya) nuevas soluciones tanto habitacionales como de propiedad capaces de asumir los nuevos modos de habitar que afronta la sociedad globalizada del siglo XXI.