Arquitectura, negocio y espectáculo. Monjes y…
A veces me pregunto qué razones llevaron a un grupo de personas -probablemente una tribu o alguna forma primitiva de sociedad- a establecerse en lugares tan inhóspitos como este. Supongo que un antropólogo podría ofrecer una batería de explicaciones pero aún así, se antoja incómodo. Hace un año hablábamos de la belleza, y decíamos que nadie hablaba de ella pero no era del todo cierto. Hay belleza aquí y allá, o sería mejor decir, incluso aquí, a pesar del contexto. Y si no la hay, el dinero la compra, pero del dinero ya habíamos hablado también en aquel momento, hace un año, y todo sigue igual. Aparentemente.
Resulta que “la cosa parece que se anima” y “algunos proyectos se están retomando” porque “hay cierta actividad” y así, en España. Aquí las grúas bailan con menos emoción al ritmo de un precio del barril de petróleo que ha visto días mejores pero en algunos países del entorno, el gas natural permite que otras grúas se sumen al incipiente paisaje de rascacielos postmodern (o postmortem) y de muros cortina de vidrio orientados por igual a los cuatro vientos o una combinación de lo anterior.
Es cierto que uno cambia de perspectiva cuando se enfrenta a su tercer año como expatriado en Arabia Saudí y empieza a ver el dinero de otra forma y comienza a interesarse de nuevo por la arquitectura per se, si es que este acercamiento es correcto y posible, sin contextualizar y sin monetarizar, ese palabro, y ve con más ligereza asuntos que antes eran gravísimos hasta el punto de leer a Hugh Pearman para The Architectural Record sobre el último edificio, este sí, de verdad, postmortem, de Zaha Hadid en Amberes y estar de acuerdo con él y un poco con ella: o a Oliver Wainwright paraThe Guardian. sobre Herzog & de Meuron en Hamburgo que, dice, ha costado diez veces más de lo que se pensó y se ve increíble igualmente, o quizá por eso. El subidón formal y la orgía económica y capitalista duran hasta que llega el socio de la dama del ángulo (en sus inicios) y de la curva (en su obra madura) y lo echa todo a perder con su discurso de provocateur post-trumpiano.
Todo ello envuelto en un ambiente de asombro y cierta envidia que nos lleva a preguntarnos, de nuevo, cuál es la razón por la que las grandes empresas de ingeniería y construcción españolas sí han triunfado en el mundo y los arquitectos también, si bien estos no tienen ninguna empresa que lo haya hecho si no simplemente un puñado, con suerte más de quince personas, de esforzados recién licenciados liderados por un aún más reducido grupo de senior architects que permanecen fieles a su talentoso jefe que supo escapar de la angustia nacional y vender su talento, o que este fuera reconocido a través de concursos, internacionalmente. En resumen, ¿cuál es la razón por la cual hay empresas de ingeniería y de construcción nacionales que emplean a cientos de técnicos españoles en obras en el extranjero y cuál es la otra razón por la que no hay apenas ninguna empresa de arquitectura que lo haga?
De hecho, ¿alguien ha oído hablar de una empresa de arquitectura? Nadie en su sano y elegante juicio se llamaría así siendo un arquitecto de reconocido prestigio o perdería este acto seguido y la profesión, entiéndase la que aún mayoritariamente viste de negro, se lo retiraría y lo trataría peor que a un apestado.
Y de eso trata la arquitectura, de vivir al margen de la economía y casi de la vida, como un monje, por no decir como un apestado.