Imagen de PUSTKO
Tenemos un Plan Nacional muy inspirador que define Paisaje como el “resultado de la interacción en el tiempo de las personas y el medio natural, cuya expresión es un territorio percibido y valorado por sus cualidades culturales, producto de un proceso y soporte de la identidad de una comunidad”.1
No me parece desencaminado afirmar que la brutal transformación del territorio que hemos ejecutado en lo que llevamos de siglo constituye toda una forma, quizá un poco outsider, de Paisaje Cultural. En este caso, la percepción y la valorización del territorio pasó por convertirlo en un ente de consumo, que es lo suyo en nuestra cultura capitalista. Durante muchos años la colectividad aceptó este proceso como la materialización del progreso, aquello que aspirábamos ser, la construcción de nuestra identidad. El resultado ha sido, cuanto menos, desequilibrado y está claro que ha dado mucho de sí.
Afortunadamente el paisaje es un elemento en continua formación, eso es una buena noticia. Después de tanto desencanto no hay que perder de vista que existe un futuro en el que podemos hacerlo mejor. Al fin y al cabo la devastación ha sido muchas veces una gran aliada de la creación. Pero sucede que la arquitectura se adapta lentamente a los cambios. Hace ya veinte años que Solà-Morales hablaba de este tipo de “Terrain Vague”. Definiendo, “vague” en el sentido de vacante, vacío, libre de actividad, improductivo, en muchos casos obsoleto. Por otra parte “vague” en el sentido de impreciso, indefinido, vago, sin límites determinados, sin un horizonte de futuro.2 Lo más interesante es que reclama estos lugares como necesarios, valora incluso cierto espíritu romántico que radica en su asolamiento.
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Yo interpreto esto como el puro espacio de la experimentación. El potencial de estos paisajes es haberse quedado al margen de la vida, su falta de atmósfera y de intenciones, no tener nada más que perder. Dicho esto, es inquietante y quizá una suerte también, que toda esta nada esté perfectamente dotada de las infraestructuras primarias que necesitamos para hacer posible la vida en comunidad (agua, energía, vías de comunicación). Así que, simplificando y obviando los problemas evidentes surgidos del abandono y de la falta de gestión, están preparados y a la espera de ser estrenados.
Esto no será posible a través de los cauces conocidos ni podrá adaptarse a los modelos oficiales o al planeamiento urbanístico tal y como lo venimos entendiendo. La regeneración de este territorio incierto pasa por instalarse en lo esencial, lo local y lo necesario. Desde una reciente toma de conciencia de nuestro colectivo que viene de la “arquitectura de la resistencia” a la crisis, creo que por fin hemos empezado a pensar y trabajar en estos lugares como una suerte de espacio alternativo, el sitio de la libertad, donde todo está por hacer.