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Hace casi un cuarto de siglo Francis Fukuyama proclamaba el fin de la historia como lucha de ideologías, haciendo referencia al final de la guerra fría y a la victoria del capitalismo y de la democracia liberal sobre los sistemas socialistas basadas en la ideología única. Sin embargo, la reciente crisis económica y las sucesivas crisis humanitarias hacen pensar en los límites del sistema vigente y en las oportunidades que la acción arquitectónica puede ofrecer para mejorarlo o modificarlo. ¿Arquitectura o ideología?
La semana pasada nos salpicaron imágenes del hábitat dorado de Donald Trump, despertando preguntas sobre el retorno del post-modernismo de inspiración historicista y más que eso, sobre la disposición de los arquitectos a colaborar con un poder o una ideología aparentemente poco aceptable. Quizás estaría bien desgranar el concepto para entender que los arquitectos respondemos a las ideologías y que de hecho es la manera para agitar la sociedad. Ideología es, desde Marx la palabra maldita: se refiere a una realidad distorsionada por el poder del capital. La ideología se ha utilizado desde entonces para designar los tics totalitarios, siempre de los “otros”.
Sin embargo, como categoría social ideología tiene el objetivo de integrar un grupo social, de legitimar un determinado orden o de deformar una serie de relaciones, dependiendo del continuo vaivén entre los movimientos del cambio y de la preservación de un determinado sistema social. El objetivo del discurso ideológico es suministrar una serie de imágenes y conceptos con los cuales un grupo social se pueda identificar, de acuerdo con su contexto histórico. Arquitectura inevitablemente forma parte de este escenario y su papel ha sido tanto para legitimar un poder como para explorar y ejemplificar sus límites, proponiendo un hábitat mejor.
Creada desde una visión utópica, la arquitectura responde a diferentes ideologías: social, política, arquitectónica o artística. Nunca lo hace únicamente a través de la forma, sabemos que el comunismo se ha representado tanto mediante formas clásicas como vanguardistas, como también el capitalismo, diferentes nacionalismos e incluso fascismo. Lo que siempre es ideológicamente motivado son los procesos de selección, inversión y desarrollo de los proyectos, atención a las especificidades contextuales, participación de los usuarios y respeto por las condiciones del medio ambiente. Paul Ricoeur define tres planos en los que opera la utopía, paralelos a las funciones sociales que desempeña la ideología: 1. cuando la ideología deforma la realidad, la utopía se presenta como fantasía; 2. cuando la ideología pretende legitimar un sistema de poder, la utopía ofrece la alternativa: un poder diferente o una modificación del poder existente; 3. en la función ideológica de preservar la identidad e integridad de un determinado grupo, a la utopía pertenecen los esfuerzos de explorar y definir los límites de la identidad y de su permeabilidad respecto a otras identidades en términos de diálogo. Arquitectura tiene un papel importante en estos vaivenes de la comunicación social donde la capacidad de los proyectos de cuestionar diferentes vertientes de la actualidad es su mayor potencial.
