Viñeta de “El secreto del Unicornio”. Hergé, 1943.
Manuel Saga, subido a lo alto de la mesa, con una calavera en la mano, declamando.
Más valioso que los likes, que los retweets, que los comments y las visitas, eres tú ¡oh lector invisible!
Tu lectura es discreta, muda, sin rastro ni artificio.
Se desconoce tu origen, tu historia, pero estás ahí, oculto en la red.
Lector invisible, ¿qué haríamos sin ti? ¿Qué sería de nosotros, humildes contadores de historias, si viviéramos exclusivamente rodeados de opiniones, de críticas, de respuestas y de feedback?
(Carraspea. Se baja de la mesa y deja a un lado la calavera. Mesándose la barba, habla al aire).
No tendría sentido habitar una red sin personas anónimas que recojan nuestras palabras, así no sea para cambiar el mundo con canciones épicas o “transgresoras”. Empiezo a pensar que resulta más valioso regalarle a alguien un tema de conversación que ofrecer mensajes cerrados; supuestos recipientes de la verdad, ciegos y sin futuro.
En esta red, los que nos comentamos y compartimos nuestros escritos ya nos conocemos muy bien las caras; somos hermanos de una misma tribu frente a la que nos ponemos a prueba cada día. Cuando sabes que eres leído por personas del nivel de los corresponsales de esta casa, se espera un matiz audaz y crítico de cualquier publicación por casual que sea. Los jueves ahora son #juevesdearquitectura. Las cervezas ahora son #archicañas.
Sin embargo los verdaderos héroes son los que nos leen sin decir nada, los que son capaces de convertir en propias las palabras ajenas sin anunciarlo por el camino. Aquellos que entienden que la arquitectura es cultura y que es imposible que la cultura cambie el mundo si no se convierte en compañera de todos los días, en un pellizco de azúcar diario, sencillo, sin pretensiones.
Por eso hoy escribo para ti lector invisible, porque eres tú el que haces que merezca la pena. Se que estás ahí aunque a menudo no te hagas ver, quizás por timidez, por desconocimiento del idioma o porque te consideras externo al “gremio”. Hoy te digo: sin lo externo estamos muertos, sin ti no tiene sentido. Las señales de tu presencia son sutiles, pero cuando llegan son la verdadera estrella polar que todo escritor busca seguir. Son las que confirman que, más allá de la popularidad y las visitas, lo que importa es llegar a las personas.
(De golpe se vuelve a subir a la mesa. Esta vez lleva sable y sombrero de capitán. Apunta al horizonte. Suena música épica).
¿Qué mayor aspiración puede haber que abonar el conocimiento? ¿Qué mayor honor que dar continuidad a la cadena de transformación de las ideas?
(Ahora te apunta a ti).
Lector invisible, ¡se que estás ahí!. Estás leyendo estas palabras aunque no las contestes. Es a ti a quien hablo. ¡Siéntete orgulloso!
¡Somos herederos de un viaje que se remonta al origen del pensamiento!
Ojalá estés siempre ahí,
¡LECTOR INVISIBLE!