Vicente Patón nos enseñó que el Cuidado es inherente a la profesión del arquitecto. El cuidado por el detalle, por la historia, por la pre-existencia; el cuidado del saber… el cuidado de la verdad y la belleza. Ha sido un maestro, en la más amplia concepción de la palabra. Maestro en emprender, en acompañar, en relacionar, en descubrir y en recuperar. Enseñando Arquitectura, y la vida a través de ella.
Referente al que hemos acudido una y otra vez a lo largo de los años, encontrando siempre una palabra sabia y amable; incesantemente dispuesto a regalar su tiempo a la enseñanza, a escribir un artículo, a participar en una mesa redonda, a acompañar en una nueva iniciativa; con el único interés de luchar por lo que amaba y compartir lo que tenía: lucidez y conocimiento.
Maestro de tono amable y educado, que de manera cercana y pausada transmitía un discurso grave y revelador, haciendo clarividente la complejidad del entorno, regalando nuevas perspectivas. Maestro, con la capacidad, el compromiso y la calidad humana necesarios para reivindicar desde la coherencia, el valor de nuestras pertenencias, las tangibles e intangibles.
Maestro desde la humildad, cuyas enseñanzas respondían a una sensibilidad fruto del conocimiento profundo, a una sabiduría construida con la admiración por las artes, los oficios y las gentes, y a la profesión consolidada por un trabajo incesante y un estudio apasionado durante toda una vida.
Cuidador de nuestro entorno desde la vasta cultura, desde la experiencia formada, desde el análisis riguroso. Caminante incansable (caminantes, siempre ellos) que han recorrido edificios, ciudades y territorios para conocer, compartir y proteger.
Conocer tanto y admirar, ser capaz de transmitir y explicar la ciudad en cada detalle, en cada esquina. Desde el amor y el disfrute que da la sabiduría, miraba y mostraba con cariño y una capacidad de asombro incombustible el mundo que incansablemente paseaba. Sus explicaciones, ya fueran sobre un mueble, un edificio o el rincón de una ciudad, desbordaban agudeza y se consolidaban en descripciones tan constructivas como poéticas. Su exposición, siempre hilada y fundamentada en un vasto entendimiento, te envolvía haciéndote sentir a su lado protegida de la ignorancia que atenta contra nuestro patrimonio.
Eso aprendimos en aquellos viajes… con él (con ellos, siempre ellos) miramos desde la ventana que nos abría ciudades como Barcelona, Valencia, Málaga y por supuesto Madrid. Edificios, jardines, plantas, esculturas, cuadros, tapices, lámparas, sillas, pomos, periferias… todo formaba parte de la deriva por la que nos conducía. Derivas que fueron clases magistrales, donde cualquier pregunta, cualquier observación, iniciaba fácilmente una conversación cómplice entre paseantes, que encerraba un argumentario impecablemente estructurado respaldado con datos, curiosidades y anécdotas propias de una enciclopedia borgiana, planteado desde la crítica. Siempre crítica, tan fina como irrefutable.
Pasear las ciudades a su lado fue conocimiento, admiración y cuidado. Es lo que nos enseñó; lo que él era. El patrimonio que nos ha legado. Un maestro en enseñar, la ciudad a la ciudad. Te seguiremos por las calles que nos mostraste.