

Por Rodrigo Almonacid Desde Veredes
“El año 1970 es un punto de inflexión en la trayectoria arquitectónica de Alejandro de la Sota: por una parte, pierde el concurso de Cátedra de Elementos de Composición de la ETSAM, tras llevar como profesor catorce años entonces, y haberse convertido en doctor cinco años antes; por otra parte, no resulta ganador del importante concurso de proyectos para las oficinas bancarias de Bankunión, quizá porque su propuesta era tan desafiante que el promotor no confiaba en que aquel mudo prisma de vidrio serviría para dotar de identidad a su nueva sede. Sea como fuere, el caso es que Sota decide recluirse en la labor de su estudio1, abandonando el ambiente académico para siempre y negándose a aparecer en público apenas, ni siquiera a través de la publicación de sus obras en las revistas.
Encerrado pues en su estudio acomete una cierta labor introspectiva, casi expurgadora o incluso catártica, con el solo propósito de liberarse de ciertos hábitos arquitectónicos, como si quisiera buscar el firme sobre el que asentar sus años venideros como arquitecto. En ese camino le surge la oportunidad de participar en el concurso para la sede de AVIACO en 1975, un edificio emblemático que debe ser construido en plena calle Serrano de Madrid como su seña de identidad corporativa. La propuesta presentada no podía ser más radical, y quizá por ello encontró cierto rechazo entre los directivos de la compañía aérea que le impediría ganar el concurso (…)”
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