Nos pone la épica.
Nos encanta la frase, según muchos erróneamente interpretada, de dar liebre por gato.
Nos vanagloriamos de hacer lo que no hace ninguna otra profesión.
¿Por qué?
¿Dónde se nos ha inculcado esa suerte de espíritu heroico? Y lo que es más grave ¿quién nos ha puesto la bandera en la mano cual Libertad de Delacroix? ¿quién nos lo ha pedido?
Podría parecer que me estoy posicionando, a favor o en contra, de esta actitud hercúlea de someternos a las pruebas, pero no es así. Simplemente me cuestiono qué pecado hemos cometido para no solo aceptar, si no imponernos, semejante penitencia. Qué Zeus imaginario nos ha hecho creer que somos semidioses y qué amnesia enfermiza nos ha hecho olvidarnos de nuestra madre humana.
Seguimos arrastrando el falso –aunque algunos se vanaglorien de ello– estigma de que los arquitectos no vamos a obra. ¿Les dejamos el enlace a La Percha del arquitecto?¿seguimos publicando las fotos de las visitas de dirección de obras a más de 800km de nuestros domicilios y que cobramos como si estuvieran a la vuelta de la esquina?¿amaneceres en el Puente de Triana al salir de la obra?
¿Quién nos ha enseñado a ser mártires de una disciplina que nadie entiende ni quiere entender?
¿Cuál es la causa por la que nos estamos martirizando? ¿Son las personas?¿La belleza?¿La arquitectura?
¿Por qué nos empeñamos en hacer entender a nuestros clientes y compañeros –constructores y aparejadores– que no da igual?¿Por qué hacer un incidente por esos diez centímetros de diferencia que para nosotros son cruciales?
¿Por qué luchar contra la voz de la experiencia que dice que proyectar un captador solar en La Rioja sobre una doble altura no es buena idea?¿Por qué hacer diez versiones del proyecto si la propiedad solo quería la casita de los tres cerditos –os prometo que hizo el gesto de la cubierta a dos aguas con las manos–?
¿Quién nos ha enseñado a quedarnos noche si, noche también, redibujando por enésima vez esa esquiva geometría de la planta del centro cívico al que estamos concursando?¿Quién nos transmite la certeza de que, como nosotros, hay otro centenar de compañeros que están dejándose las pestañas ante el monitor?
Y, cuando hemos remontado de esa vertiginosa espiral y hemos recuperado la verdadera cordura… ¿Qué nos hace volver a caer?¿Qué nos mueve para volver a inscribirnos a otro concurso?¿Qué nos lleva a hacer ese nuevo reformado –gratis– cuando después de la última dijimos alto y claro ni una vez más?
Perdonad si los ejemplos han sido demasiado personales –seguro que cada uno de vosotros tenéis hazañas más heroicas todavía– pero era la única forma de expresarlo con la suficiente contundencia.
Quizás la respuesta a todas las preguntas –acaso capciosas– sea un simple porque si.
Puede que sea la única luz que nos alumbra en un camino que está plagado de inseguridades, en una tarea, la del proyecto de arquitectura, que está documentada y calificada dentro de la generalidad del mundo del diseño como un problema perverso.
Puede que esta fuerza motriz sea una suerte de ética profesional que nos pide que cada cosa que hagamos sea lo mejor que somos capaces de hacer, y siempre se puede hacer un poco mejor, eso si, a su justo precio.