De forma paralela a la decadencia de la crítica de arquitectura, tal como señala repetidamente Josep María Montaner, por ejemplo, desde los gloriosos tiempos de Tafuri, Frampton, Banham o antes Zevi o Pevsner,1 parece que la figura del comisario independiente ha venido a sustituir de alguna forma la figura del crítico, aunque fuere de la manera que ya se ha discutido y subrayado negativamente antes ya aquí.2 Es curioso observar cómo algunos comisarios han querido destacar su independencia añadiendo este adjetivo en muchas de sus firmas.3
En este breve texto nos gustaría reflexionar sobre esa posibilidad: la de un comisariado realmente independiente.
La semana pasada en Madrid, Terence Riley, artífice de la segunda exposición reciente quizá más importante de arquitectura española en el panorama internacional4, señalaba la imposibilidad ya conocida de ejercer la labor de comisariado de manera no subjetiva, algo que también se sabía desde tiempo atrás tal como explicó muy bien Colquhoun en relación a la posibilidad de ser, no ya crítico, sino historiador, sin tomar una posición, o Tafuri antes, en relación a una posición intencionada o instrumental.5 Además de ello, Riley se detuvo en detallar el interés de muchos trustees del MOMA, donde él ejerció como Philip Johnson Chief Curator of Architecture and Design desde 2002 hasta 20066, en que este museo exhibiera todo aquello que pudiera señalarse como ancient (o también golden), así como pintura impresionista y otros blockbusters, en detrimento por ejemplo de exposiciones de arquitectura, cuyos catálogos se imprimían en número mucho menor que aquellos sobre los temas antes citados, excepto en el caso de aquellas muestras relacionadas con vivienda o arquitectos muy conocidos por el público americano como Frank Lloyd Wright.
Pero no es necesario remontarse a la década anterior. De hecho, la primera de las cuestiones que surgió entre la audiencia del Roca Madrid Gallery en la primera de las sesiones “Al Borde de la Crítica” la realizó Francisco González de Canalesquien interpeló a Terence Riley y Martha Thorne sobre la posibilidad de que los comisarios de arquitectura internacional, en su mayoría con base en Londres, estuvieran ejerciendo como star-curators y ya fuera más importante el hecho de quién estaba detrás de una exposición que lo que en esta se exhibía. Riley y Thorne, pero también Maite Muñoz y Mauricio Bertet, estuvieron de acuerdo. Siendo así, parece que, de nuevo, vuelve a identificarse el medio (y también el mediador en este caso) con el mensaje, que desaparece o se disuelve envuelto en una nube de humo, pura magia de lo efímero (más de moda que nunca en todos los sentidos) y quizá, de lo insustancial, al tratarse de un ejercicio artístico personal y subjetivo carente de valor analítico, referencial o crítico y constructivo.
Si las presiones de aquellos que ponen el dinero son tales que la labor del comisario no puede ser independiente en ningún caso y la labor del nuevo comisario independiente es más una búsqueda de reafirmación de la propia personalidad que un ejercicio crítico que subraye aquello que puede trascender por su valor universal o su interés propositivo, ¿estamos ante un escenario donde el comisariado se ha convertido en un mero artefacto de distracción y entretenimiento o por el contrario puede extraerse alguna conclusión sobre la posible validez de su acción crítica? En todo caso, y asumiendo su delicada relación con una pretendida independencia, lo cual podría situar al comisariado como una actividad próxima a la teoría de la arquitectura más que a la crítica ¿cuál es su interés en relación a una transferencia entre ambas disciplinas y a la construcción de la historia?