Debate Arquitecturas Colectivas en el Espai Germanetes (Barcelona) el 8/07/2014
Es cada vez más y más habitual encontrar más ejemplos de participación ciudadana entorno al urbanismo. Podemos encontrar dos grandes razones por las que esto es así: por un lado, la crisis sistémica que afecta al país y, por el otro, el movimiento 15M; que respectivamente han evidenciado las carencias del actual modelo político y económico y han demostrado la posibilidad (y necesidad) de realizar cambios en el mismo. En este contexto, la ciudad se presenta como el escenario perfecto para ejercer estos cambios que demanda una parte de la sociedad (no en vano se trata del momento en el que la relación entre ciudadanía y política es más estrecha) mientras que la participación ciudadana entorno al urbanismo, a su vez, resulta ser un medio ideal para conseguirlos.
Las ventajas de este mecanismoson varias, siendo las más evidentes el hecho de que se trata de actuaciones mucho más rápidas que las del urbanismo tradicional y que, con pocos medios (y por tanto pocos riesgos), tienen una capacidad de transformación física y social muy grandes; o el hecho de que, frente a la globalización que están sufriendo las ciudades y que vemos reflejadas en los edificios icónicos de archistars, se trata de actuaciones consensuadas que están enraizadas en el conocimiento y en la cultura locales. Todo esto no deja de evidenciar algo que, por obvio, no deja de ser importante recalcar: se trata de una forma de ejercer la democracia de forma activa haciendo ciudad.
Así pues, esta eclosión de iniciativas participativas, que, a priori, debería ser un hecho muy positivo, no siempre es motivo de celebración, pues bajo el paraguas de la participación se incluyen cosas muy dispares1 que configuran un ecosistema muy variado cuyo equilibrio es frágil. Esto plantea la necesidad de identificar cuales son los riesgos que se deben evitar y los retos que tenemos que superar para garantizar su supervivencia y expansión. A continuación presento los que, en mi opinión, son algunos de los retos que habrá que resolver si se quiere que las iniciativas participativas pasen de ser oasis más o menos exitosos a una serie de actuaciones en red con auténtica capacidad de transformación real, que propongan nuevos modelos de ciudad y sociedad y actúen como auténticos motores de cambio social:
- Vincular a la ciudadanía en su conjunto: el conocimiento de la existencia de las iniciativas participativas suele ser muy sectorial ya que normalmente solo las conocen aquellos que están relacionadas de algún modo con ellas. Es necesario conseguir concienciar a la ciudadanía en su conjunto acerca de la posibilidad de tener un papel activo en la configuración de su ciudad a través de este tipo de actuaciones, o, cuanto menos, hacerla más exigente en aquello que acontezca en ella.
- Credibilidad: el riesgo a que las iniciativas participativas sean cortinas de humo que esconden intereses ocultos es patente, ya sea por parte de los ayuntamientos para conseguir votos o por parte de los promotores para satisfacer sus propios intereses o conseguir encargos profesionales remunerados (lo cual lleva al siguiente punto). Esto es algo que hay que evitar porque está en juego la credibilidad de estas actuaciones como conjunto.
- Salir de la precariedad: asumir sin reservas el hecho de que estas iniciativas suelan estar ligadas a la cultura de autogestión, compartir recursos, equidad, trabajo voluntario y vocacional… sume en la precariedad tanto a las iniciativas en sí como a aquellos que se esfuerzan en sacarlas adelante. Esto plantea un debate como el que planteó Jorge Toledo en este post y que resumo en una pregunta: ¿Es posible la profesionalización de las iniciativas participativas sin alterar su vocación de servicio?
- Participación y Estado: establecer el tipo de relación entre iniciativas de base y administraciones es algo que merece un tema a parte, ya que el debate está todavía muy vivo. A este respecto solo diré que, a pesar de que la mayoría de propuestas participativas se oponen frontalmente a la forma más radical de capitalismo, negar totalmente la figura del Estado al considerar que solo pone pegas a la ciudadanía para su propio desarrollo puede llevar al extremo de ser más neoliberal que las políticas neoliberales, pues implica la destrucción de la sociedad del bienestar.
- Tejer redes: es necesario tejer redes entre las distintas iniciativas participativas que no solo permitan la transmisión de conocimiento para aprender las unas de las otras (y evitar tener que reinventar la rueda continuamente o repetir errores), sino también establecer sinergias de colaboración que posibiliten la toma de decisiones coordinadas y ampliar el alcance, la calidad y repercusión de sus actuaciones.
- Exportabilidad y escalabilidad: sin duda el gran reto y la gran asignatura pendiente de la participación es ver si es posible y, en caso afirmativo, de qué manera, pueden no solo exportarse a contextos geográficos o culturales distintos, sino también a otras escalas: No es lo mismo gestionar iniciativas que impliquen a 10, 100, 1.000 o 10.000 personas y por tanto no se pueden trasponer sin más los mecanismos de una a otra. Además también nos toparíamos con el hecho de poder pasar de una escala eminentemente local a una escala mayor (autonómica, estatal, glocal…) que, si bien ampliaría enormemente la capacidad de transformación de las iniciativas, sin duda añadiría una mayor complejidad para la que a día de hoy no parecen estar preparadas, a la vez que introduce un debate acerca de su viabilidad o necesidad .