Charles Darwin. On the Origin of Species. Fuente: Wikipedia
Hace algunos años Luís Fernández Galiano titulaba como “Formas en Familia” el artículo introductorio a la monografía del estudio Mansilla+Tuñón. En él, se trataban de evidenciar las relaciones de parentesco existentes entre sus trabajos y cómo era posible la reelaboración de ideas y obsesiones pasadas en los proyectos presentes. Por aquella época, un nuevo star architect como Bjarke Ingels calificaba la actitud de su estudio como “evolución” frente a la postura revolucionaria de pasados gurús de la arquitectura. Así, mostraba cómo los hallazgos de un proyecto podían dar sus frutos en otra situación, en otro contexto, en otro proyecto sin tener conciencia de ello en un primer momento. En ambos casos, estas relaciones de parentesco dan lugar a familias de proyectos enlazados en forma de árboles genealógicos. Esta actitud, aprender de lo hecho anteriormente, es una cualidad que intentamos practicar en nuestro estudio.
Otra versión clásica de la familia arquitectónica era aquella en la que diversas generaciones de arquitectos se enlazaban entre sí en una cadena maestro-discípulo, en la que cada eslabón recogía e interpretaba lo aprendido del anterior, dando lugar a otras genealogías. Pero nuestra familia (y cuando decimos nuestra nos referimos a la de cada uno de los arquitectos) es mucho más amplia: todos nosotros tenemos primos segundos, tíos abuelos, o tías de leche sin que ellos mismos nos reconozcan. Cada uno formamos nuestra propia familia en base a nuestros intereses y obsesiones.
La familiaridad en la arquitectura, como en cualquier otra cosa, salta más allá de nuestras realizaciones (por emplear un término Aarquia/proxima), y da lugar a corrientes de pensamiento en las que se comparten actitudes, posicionamientos o modos de trabajo. En los últimos años, debido en parte a la situación de crisis en la profesión, la familia se ha convertido en colectivo, sustituyéndose así las relaciones jerárquicas filiares por relaciones horizontales entre compañeros.
Sin embargo, los mismos males que afectan a las familias auténticas (de carne y hueso) pueden aparecer en las arquitectónicas. Así la distancia entre la endogamia y la reelaboración de la producción propia puede ser pequeña, pasando a convertirse en estilo (en su peor acepción) o en arquitectura “con firma”. Por otro lado los arquitectos nacemos (como profesionales) con lo que podíamos denominar familia adoptiva, que no es otra que el conjunto de los compañeros agrupados en los colegios profesionales. No nos quedan caracteres en el artículo para abordar este tema, que además tiene su propia temática en el blog, pero simplemente debemos recordar que la pertenencia a ésta no debe convertirse en un corporativismo mudo.
Y por último, debemos ser vigilantes en no convertir nuestra familia en la famiglia (aludiendo a la Corleone), dando lugar a lobbies o grupos de poder (otra forma de amiguismo al fin y al cabo) resultando círculos cerrados que se retroalimentan en las posibles facetas de la profesión.
Todo esto no es nuevo (ni lo bueno, ni lo malo)… ha existido, existe y existirá así que: la familia bien, gracias.