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Y los autores de la protesta se disculparon en una ceremonia pública que sólo exhibía una concepción del poder como humillación y destrucción de la libertad de expresión.
Soy consciente de lo rancio que suena lo que acabo de escribir. Sencillamente me pongo en situación ante tamaño anacronismo. Adicionalmente tengo que recordar que el Duque de Alba no significa lo mismo en todos lados: en los Países Bajos este nombre es sinónimo del Hombre del Saco y todavía hoy en día es usado para asustar a los niños.
Al igual que la próxima Casa de las Flores, que también tuvo que ser reconstruida. La Casa de las Flores fue también la residencia de otro poeta amante de la arquitectura: Pablo Neruda, que fue quien la bautizó.
El doctor arquitecto corresponsal de este blog José Ramón Hernández correa escribió el pasado 30 de enero un artículo sobre el último intento en forma de video que la Casa Real ha efectuado para prestigiarse. José Ramón denunciaba que la cuidada (y artificiosa en extremo) puesta en escena había negligido la arquitectura continuando la línea ya iniciada con la construcción de la nueva residencia real, tan interesante tipológicamente como horrorosa arquitectónicamente. En su día ya se protestó sobre ella 1. La concepción de la arquitectura presente en la casa y el vídeo es coherente con la contradicción inherente de representar la monarquía como sublimación de una idea de normalidad tan anodina como conservadora cuando, si recordamos la historia de España, encontraremos fácilmente ejemplos ilustres de todo lo contrario: allí están el Palacio de Carlos I en la Alhambra o el Escorial marcando época para atestiguarlo.
El siglo XX ha visto como la sociedad civil tomaba la delantera a la nobleza en esta voluntad de expresarse mediante arquitecturas de vanguardia: ahí están las promociones de Juan Huarte (desde las Torres Blancas a la Ciudad Blanca pasando por las Cocheras), su propia vivienda, la vivienda de Camilo José Cela y un sinfín de ejemplos más que barren toda la vida cultural del país: desde pintores (Lucio Muñoz, Luís Gordillo, Arranz Bravo, Cesc) a actrices (Glòria Rognoni, Núria Espert), poetas (Joan Brossa) o chefs (Fina Puigdevall, Ferran Adrià). Lo mejor de los arquitectos del país se verá comprometido en esta aventura: Corrales y Molezún, Higueras, Oíza, RCR, Bonell, Garcés, Clotet y Tusquets, entre muchos otros. Me he dejado para el final los dos nombres que llevan más lejos esta unidad indisoluble entre la arquitectura, el arte y la expresión de una época: el pintor José María Rodríguez Acosta y el escultor Jorge Oteiza. Sendas fundaciones se ocupan de su legado y es obligado que cualquier amante de la cultura las visite.
Hay, sin embargo, un noble que a mediados del siglo XX eligió representarse mediante una arquitectura de máxima calidad. Estoy hablando del único noble del mundo ante el que la mismísima Reina de Inglaterra debe inclinarse: El Duque de Alba 2. Su residencia madrileña, el Palacio de Liria, quedó en 1936 en pleno frente de Madrid y fue arrasada casi por completo por las artillerías de los dos bandos 3 . La noticia de la destrucción pilla a la familia residiendo en Londres. Inmediatamente el Duque contacta con el arquitecto que le parece más adecuado para la reconstrucción del Palacio: Sir Edwin Lutyens. Su muerte en 1944 no va a impedir que se lleve a término. Las obras durarán de 1948 a 1956 y se ocupará de ellas otro buen arquitecto: Manuel Cabanyes. En 1939 Lutyens representa lo más alejado de la vanguardia que se pueda concebir: un arquitecto historicista que maneja los estilos como un camaleón. También un arquitecto excepcionalmente dotado, uno de los mejores de su generación (y tenía la misma edad que Adolf Loos), un arquitecto que construyó tanto y tan bien que resulta difícil tanto resumir sus logros como elegir “su” obra representativa. Lutyens representa lo más conservador de la arquitectura de su tiempo sin que ese conservadurismo afecte en absoluto su calidad arquitectónica. Lutyens era, por tanto, la elección obvia para ese noble cuya posición en el mundo es historicista per se y que quiere mantener, no obstante, un compromiso con la arquitectura que los arquitectos de patrimonio parecen haber olvidado. Ellos sabrán.
Y los autores de la protesta se disculparon en una ceremonia pública que sólo exhibía una concepción del poder como humillación y destrucción de la libertad de expresión.
Soy consciente de lo rancio que suena lo que acabo de escribir. Sencillamente me pongo en situación ante tamaño anacronismo. Adicionalmente tengo que recordar que el Duque de Alba no significa lo mismo en todos lados: en los Países Bajos este nombre es sinónimo del Hombre del Saco y todavía hoy en día es usado para asustar a los niños.
Al igual que la próxima Casa de las Flores, que también tuvo que ser reconstruida. La Casa de las Flores fue también la residencia de otro poeta amante de la arquitectura: Pablo Neruda, que fue quien la bautizó.
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Fundación Arquia
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ISSN 2605-3284
© de esta edición,
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