

Resulta que en arquitectura ya no hay estilos. Es una palabra que pesa, que se ha gastado, se ha vuelto demasiado lenta para nuestro tiempo y se ha perdido entre sus múltiples significados. En cambio, cada vez más se habla de modas, ya ni siquiera de movimientos o -ismos. Llevamos ya unos años con la moda –según varios- de lo inacabado, de dejar las tripas, de la mínima intervención, de la no restauración sino de poner de relieve las vidas previas, del re-uso, re-apropiación o re-habitación de las obras construidas.
Esta nueva sinceridad de la imagen de la obra construida, más presente en los interiores y en las intervenciones en espacios existentes de pequeña escala, se refiere a la relación más directa entre la funcionalidad y la apariencia. A una funcionalidad ampliada hacia lo personal y simbólico, a la expresión abierta de la estructura, de las tensiones entre la forma, los anclajes y las conexiones. La intensidad de la aparición de esta estética muchas veces se ha vinculado con la crisis: con la reducción de presupuestos que ha obligado a repensar los acabados y elegir conscientemente donde se invierte el esfuerzo, al auge de pequeños encargos, de reformas y de desafíos de espacios encontrados que nos han ido ocupando.
Cabe, pero, la reflexión que la estética de non finito, de lo no acabado o de lo mal acabado, es un concepto pictórico vigente -con los vaivenes habituales del arte- desde el renacimiento o el manierismo que lo sucedió, hace unos 500 años más o menos. Concepto que en el expresionismo abstracto o la action painting tuvo su máxima celebración. Decía Rembrandt que la obra artística acaba allí donde el artista lo decide y en la arquitectura actual es justamente lo que sucede: la decisión de dejar vista una u otra parte del organismo es la libertad que disfruta el arquitecto ante la multitud de límites que habitualmente plantea el proceso constructivo. Es una expresión de la individualidad, no tanto del arquitecto como de aquella simbiosis irrepetible entre el espacio, el usuario y el arquitecto. Esta individualidad, las soluciones artesanales y ‘a medida’, han desplazado el espíritu colectivo de las grandes series industriales, a favor de una mayor expresividad de las obras.
La arquitectura ha empezado a tener una traza pictórica que recuerda –en el sentido inverso- a la crítica que Vasari hacía de la obra madura de Tiziano. “…las primeras obras han sido realizadas con una cierta finura y una diligencia increíble, y pueden ser vistas de cerca y de lejos; las últimas, realizadas a golpes, de forma gruesa y con manchas, no se pueden ver de cerca, mientras que de lejos resultan perfectas.” Para encontrar esa traza propia, gruesa y con manchas, hay que mirar de cerca, como se miran las figuras de Giacometti en ese limbo entre la estructura y su disolución en el trasfondo de lo cotidiano.
EDICIÓN
Fundación Arquia
Barquillo, 6, 28004 Madrid
fundacion.arquia.com
DISEÑO GRÁFICO
FOLCH
ISSN 2605-3284
© de esta edición,
Fundación Arquia, 2018 © del texto e imágenes, su autor
La edición de esta publicación ha sido patrocinada por Arquia Banca.
PATRONATO
FUNDACIÓN ARQUIA
Presidente
Javier Navarro Martínez
Vicepresidente 1º
Alberto Alonso Saezmiera
Vicepresidente 2º
José Antonio Martínez Llabrés
Patronos
Carlos Gómez Agustí
Fernando Díaz-Pinés Mateo
Daniel Rincón de la Vega
Javier Ventura González
María Villar San Pío
Montserrat Nogués Teixidor
Naiara Montero Viar
Directora Fundación Arquia
Sol Candela Alcover